Vestidas para matar
Por Socorro González
No hace mucho concluyó la transmisión de la teleserie Mujeres asesinas, la versión mexicana de la conocida serie argentina (que en estos momentos está por la segunda temporada, todos los jueves por la noche en Unicable) que recrea trágicas historias de la vida real; hechos de la nota roja cuya base anecdótica son los homicidios perpetuados por mujeres despechadas, lastimadas, abusadas y demás dolorosos adjetivos. Sangrientos asesinatos cometidos por distintas féminas cegadas por la venganza que un buen día se deciden acabar con aquellos que les han jodido la existencia; pero que desafortunadamente terminan también muertas o en prisión. En el ambicioso “refrito” nacional, a cargo de MediaMates, del conocido productor mexicano Pedro Torres, pudimos presenciar un curioso trabajo cuyo principal atractivo se centró en la selección de un florido reparto que mezclaba a conocidas y buenas actrices de larga trayectoria (Isela Vega, María Rojo, Daniela Romo o Nailea Norvind, incluso); con otras que tuvieron su buena época en las telenovelas (como Verónica Castro, Leticia Calderón o Itatí Cantoral); y algunas más con las que de plano se cayó en el verdadero miscast (definitivamente Lucía Méndez, cuya colaboración seguramente tiene que ver con el aprecio que le tiene Torres, quien fue su pareja sentimental hace años, y la niña boba convertida en junkie con agujetas de color de rosa, Natalia Esperón). Lo que sí es innegable es el fuerte atractivo que generó la sangrienta y estilizada publicidad desplegada meses antes del estreno de la serie, por el canal TVC, donde se mostraba a las protagonistas mirando ingenuamente a cámara, en impecables vestiduras blancas, para segundos después apreciarlas haciendo lo contrario, mirando maliciosamente y con rencor, empapadas de rojo carmesí. Pese a su evidente mejor factura visual, la adaptación mexicana (cuya dirección se turnó entre Mafer Suárez y Carlos García Agraz) queda por mucho debajo de su original argentino en cuanto al tratamiento del drama; sin embargo, no se debe negar que fueron algunos los episodios que sí sobresalieron, definitivamente aquellos que mostraron cierta linealidad en su desarrollo y la creación de una atmósfera de angustia y desesperación en la historia.
Mujeres asesinas (al igual que El Pantera) vino a ser una buena opción en la televisión por cable; y lo será a partir del veinticinco de septiembre cuando su estreno por señal abierta, en canal 5 XHGC, se lleve a cabo. Una agradable, mórbida, interesante y diferente opción de entretenimiento en nuestra televisión mexicana, que para mala suerte de pocos nos mantiene saturados de telenovelas, que desfachatadamente se reciclan una y otra vez, como comida chatarra que a la gente encanta. Preferible ver a Lucía Méndez de Lucía Méndez prostituta por sesenta minutos, que a Adela Noriega en su eterno personaje de Quinceañera en el relato homoerótico musical de las siete de la tarde titulado Fuego en la sangre. Pero esto ya es elección de cada quien. ¿Por qué debemos ver a estas “mujeres al borde de un ataque de nervios”? Quizá porque sus historias vienen directamente de la realidad, según expresa la fuente literaria directa, escrita por Marisa Grinstein (adaptada en México por Carlos Pascual); son cercanas a nosotros, por muy duras que parezcan. Pueden funcionar como discurso liberador y catártico en aquellos núcleos donde existe el dolor y la injusticia humana; donde hay mujeres torturadas por los otros; donde no queda esperanza ni escapatoria. Tiene buenos tips para matar… nada nuevo sin embargo. Porque quizá tengamos preferencia por los temas escabrosos y sórdidos, por el humor negro (que es muy poco, casi nulo de hecho); o preferimos la ficción a los noticieros, que hablan de lo mismo sólo que de modo distinto. Porque es una opción diferente a las que estamos acostumbrados; es más “real” y verosímil que el escuchar hablar a Maite Perroni en su empeño por parecerse a Thalía en Cuidado con el Ángel. Son algunos los argumentos para ver esta serie, que mucho recuerda a Mujer, casos de la vida real, sólo que con más presupuesto e inventiva, con mucha violencia gore y palabrotas, y sin los mensajes de “esperanza” y resignación que emitía Silvia Pinal al final de cada episodio. En lo personal, diré que más que buscar concientizarnos y aleccionarnos, Mujeres asesinas viene a ser una especulación en torno al dolor y la venganza. Reflexión amoral llevada al límite de la identificación o el repudio hacia sus personajes, protagónicos o secundarios (algo perfectamente trabajado en la versión argentina). Experimento genérico que en ocasiones funciona y en otras no, debido a un elemento nuevo que se añadió a las trece historias con las que inició esta primera temporada en nuestro país: la presencia de una institución policiaca que hace su aparición en los momentos de mayor suspenso, para infortunio de las historias. El DIEM, instancia liderada por la teniente Sofía Capellán (interpretada excelentemente por Rosa María Bianchi), sin duda es el elemento que viene a entorpecer en repetidas ocasiones el desarrollo de los episodios, a tal grado que raya en el absurdo debido a la eficiencia y astucia que para resolver los crímenes se presenta; algo absolutamente falso en nuestro país. Es quizá el juego con los géneros lo más atractivo de esta versión mexicana (confieso que he visto sólo algunos de la original argentina, pero el tono melodramático predomina de una manera genial. La versión colombiana sí la desconozco por completo). Así tenemos los densos thrillers de Jéssica, tóxica, protagonizado por Alejandra Barros y Mónica, acorralada, una vuelta de tuerca interpretada por Irán Castillo; o el decadente film noir de la siempre excelente Daniela Romo en Cristina, rebelde; o el triste e hiriente drama de Cecilia Suárez titulado Ana, corrosiva; o el lúbrico y erótico episodio de Itatí Cantoral, Sandra, trepadora; la sórdida y ‘ripsteniana’ comedia negra de María Rojo Emilia, cocinera; el enfermizo y delirante horror generado por Isela Vega en Margarita, ponzoñosa; o el conmovedor melodrama de Medea moderna, Martha, asfixiante, protagonizado por Nailea Norvind. Estas son las historias que destaco de la polémica serie que ha dado mucho de qué hablar en algunos medios televisivos nacionales; desafortunadamente, los comentaristas sólo se han referido al desempeño de las actrices protagonistas (sin duda, todas estuvieron en forma), dejando de lado otros elementos (inclusive al resto del reparto que contó con buenos y reconocidos actores) que como oferta audiovisual (incluso fílmica) posee cada episodio. Elementos narrativos que a fin de cuentas vienen a darle su mayor valor como propuesta estética.
Por Socorro González
No hace mucho concluyó la transmisión de la teleserie Mujeres asesinas, la versión mexicana de la conocida serie argentina (que en estos momentos está por la segunda temporada, todos los jueves por la noche en Unicable) que recrea trágicas historias de la vida real; hechos de la nota roja cuya base anecdótica son los homicidios perpetuados por mujeres despechadas, lastimadas, abusadas y demás dolorosos adjetivos. Sangrientos asesinatos cometidos por distintas féminas cegadas por la venganza que un buen día se deciden acabar con aquellos que les han jodido la existencia; pero que desafortunadamente terminan también muertas o en prisión. En el ambicioso “refrito” nacional, a cargo de MediaMates, del conocido productor mexicano Pedro Torres, pudimos presenciar un curioso trabajo cuyo principal atractivo se centró en la selección de un florido reparto que mezclaba a conocidas y buenas actrices de larga trayectoria (Isela Vega, María Rojo, Daniela Romo o Nailea Norvind, incluso); con otras que tuvieron su buena época en las telenovelas (como Verónica Castro, Leticia Calderón o Itatí Cantoral); y algunas más con las que de plano se cayó en el verdadero miscast (definitivamente Lucía Méndez, cuya colaboración seguramente tiene que ver con el aprecio que le tiene Torres, quien fue su pareja sentimental hace años, y la niña boba convertida en junkie con agujetas de color de rosa, Natalia Esperón). Lo que sí es innegable es el fuerte atractivo que generó la sangrienta y estilizada publicidad desplegada meses antes del estreno de la serie, por el canal TVC, donde se mostraba a las protagonistas mirando ingenuamente a cámara, en impecables vestiduras blancas, para segundos después apreciarlas haciendo lo contrario, mirando maliciosamente y con rencor, empapadas de rojo carmesí. Pese a su evidente mejor factura visual, la adaptación mexicana (cuya dirección se turnó entre Mafer Suárez y Carlos García Agraz) queda por mucho debajo de su original argentino en cuanto al tratamiento del drama; sin embargo, no se debe negar que fueron algunos los episodios que sí sobresalieron, definitivamente aquellos que mostraron cierta linealidad en su desarrollo y la creación de una atmósfera de angustia y desesperación en la historia.
Mujeres asesinas (al igual que El Pantera) vino a ser una buena opción en la televisión por cable; y lo será a partir del veinticinco de septiembre cuando su estreno por señal abierta, en canal 5 XHGC, se lleve a cabo. Una agradable, mórbida, interesante y diferente opción de entretenimiento en nuestra televisión mexicana, que para mala suerte de pocos nos mantiene saturados de telenovelas, que desfachatadamente se reciclan una y otra vez, como comida chatarra que a la gente encanta. Preferible ver a Lucía Méndez de Lucía Méndez prostituta por sesenta minutos, que a Adela Noriega en su eterno personaje de Quinceañera en el relato homoerótico musical de las siete de la tarde titulado Fuego en la sangre. Pero esto ya es elección de cada quien. ¿Por qué debemos ver a estas “mujeres al borde de un ataque de nervios”? Quizá porque sus historias vienen directamente de la realidad, según expresa la fuente literaria directa, escrita por Marisa Grinstein (adaptada en México por Carlos Pascual); son cercanas a nosotros, por muy duras que parezcan. Pueden funcionar como discurso liberador y catártico en aquellos núcleos donde existe el dolor y la injusticia humana; donde hay mujeres torturadas por los otros; donde no queda esperanza ni escapatoria. Tiene buenos tips para matar… nada nuevo sin embargo. Porque quizá tengamos preferencia por los temas escabrosos y sórdidos, por el humor negro (que es muy poco, casi nulo de hecho); o preferimos la ficción a los noticieros, que hablan de lo mismo sólo que de modo distinto. Porque es una opción diferente a las que estamos acostumbrados; es más “real” y verosímil que el escuchar hablar a Maite Perroni en su empeño por parecerse a Thalía en Cuidado con el Ángel. Son algunos los argumentos para ver esta serie, que mucho recuerda a Mujer, casos de la vida real, sólo que con más presupuesto e inventiva, con mucha violencia gore y palabrotas, y sin los mensajes de “esperanza” y resignación que emitía Silvia Pinal al final de cada episodio. En lo personal, diré que más que buscar concientizarnos y aleccionarnos, Mujeres asesinas viene a ser una especulación en torno al dolor y la venganza. Reflexión amoral llevada al límite de la identificación o el repudio hacia sus personajes, protagónicos o secundarios (algo perfectamente trabajado en la versión argentina). Experimento genérico que en ocasiones funciona y en otras no, debido a un elemento nuevo que se añadió a las trece historias con las que inició esta primera temporada en nuestro país: la presencia de una institución policiaca que hace su aparición en los momentos de mayor suspenso, para infortunio de las historias. El DIEM, instancia liderada por la teniente Sofía Capellán (interpretada excelentemente por Rosa María Bianchi), sin duda es el elemento que viene a entorpecer en repetidas ocasiones el desarrollo de los episodios, a tal grado que raya en el absurdo debido a la eficiencia y astucia que para resolver los crímenes se presenta; algo absolutamente falso en nuestro país. Es quizá el juego con los géneros lo más atractivo de esta versión mexicana (confieso que he visto sólo algunos de la original argentina, pero el tono melodramático predomina de una manera genial. La versión colombiana sí la desconozco por completo). Así tenemos los densos thrillers de Jéssica, tóxica, protagonizado por Alejandra Barros y Mónica, acorralada, una vuelta de tuerca interpretada por Irán Castillo; o el decadente film noir de la siempre excelente Daniela Romo en Cristina, rebelde; o el triste e hiriente drama de Cecilia Suárez titulado Ana, corrosiva; o el lúbrico y erótico episodio de Itatí Cantoral, Sandra, trepadora; la sórdida y ‘ripsteniana’ comedia negra de María Rojo Emilia, cocinera; el enfermizo y delirante horror generado por Isela Vega en Margarita, ponzoñosa; o el conmovedor melodrama de Medea moderna, Martha, asfixiante, protagonizado por Nailea Norvind. Estas son las historias que destaco de la polémica serie que ha dado mucho de qué hablar en algunos medios televisivos nacionales; desafortunadamente, los comentaristas sólo se han referido al desempeño de las actrices protagonistas (sin duda, todas estuvieron en forma), dejando de lado otros elementos (inclusive al resto del reparto que contó con buenos y reconocidos actores) que como oferta audiovisual (incluso fílmica) posee cada episodio. Elementos narrativos que a fin de cuentas vienen a darle su mayor valor como propuesta estética.
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