viernes, 5 de septiembre de 2008

Apuntes sobre la desnudez de solitarios cuerpos femeninos


¿Quién recuerda un filme titulado Amor a la vuelta de la esquina…? Zipeando en el televisor, una madrugada después de escribir un poco, encontré de nuevo esta película realizada en el trágico 1985. Me llené de regocijo, no lo niego, pues muchos años habían transcurrido desde que vi una copia, en muy mal estado, de esta joya del cine mexicano contemporáneo, facturada en esa época cuando el cine nacional resurgió de las cenizas, cual ave fénix; años en que nuestras películas se distribuyeron bajo la optimista leyenda de “Cine mexicano, la nueva era”; días felices aquellos en que todavía las entregas de los premios Ariel a la cinematografía mexicana se televisaban. El filme fue hecho por Alberto Cortés, realizador mexicano un tanto irregular (en el género de la ficción) que se inició en el cortometraje documental de temática social en los años setentas (género en el que todavía continúa) y que ha consolidado más una carrera como director de telenovelas para Televisa. Desafortunadamente, Cortés sólo nos ha legado tres largometrajes de ficción, la ya mencionada, Ciudad de ciegos (México, 1991) y Violeta (México/Cuba, 1997), las tres, buenas cintas que muy difícilmente se pueden encontrar una madrugada en la televisión por cable o circulando en los videos… y del D.F., solamente. ¿Qué fue Amor a la vuelta de la esquina? en primer lugar era una cinta protagonizada por Gabriela Roel (que por cierto aún anda por ahí en la serie Capadocia) en sus mejores tiempos, muy joven y muy hermosa, y Alonso Echánove, gran actor, quien años después desapareció de los platós de celuloide a causa de su adicción a las drogas. Esta era una historia de amor casi imposible entre una prostituta y un ladrón, consumado sólo por unos días y truncado por muchos meses y años por las circunstancias de la vida. La crónica de un enamoramiento inmediato, reforzado por una intensa atracción sexual que ambos consumaban cada que había oportunidad, en el coche, en el cuarto de un hotel de paso, en la playa, en un sauna… Desafortunadamente, la pareja se vería separada al caer él en la cárcel, a causa de su inclinación por el hurto de lo ajeno. Cortés iniciaba entonces una contemplativa reflexión en torno a la soledad de una mujer enamorada que veía pasar los días, extraviada en una ciudad donde no había más alternativa que fornicar con extraños; atender a un hirsuto y desencantado cliente enamorado (Juan Carlos Colombo); dar un paseo trivial de jovencitas traviesas con su amiga de talón Marta y emborracharse con tequila, sentada un día entero (mirando pasar el tiempo mediante ingeniosas elipsis) en su cantina preferida. Reflexión pausada al extremo de lo soporífero y desesperante (esa era la intención), donde la indiscreta cámara de Guillermo Navarro brindaba al espectador, a detalle, la oportunidad de deleitarse con la cándida belleza de Roel, en un lento viaje hacia la intimidad más desnuda de una mujer que esperaba, siempre esperaba; “encuerada” y “borracha” la mayor parte del tiempo, en su largo viaje urbano de reconocimiento. Mujer movida siempre por un deseo inexpresable e indecible; perdida en el espectral escenario expresionista de la habitación de un hotel que nunca vemos, que sólo conocemos por ese cuarto carente de paredes, fondeado en negro como si de un teatro de marionetas para niños se tratara. Mujer de anhelante mirada que sólo le quedó el empezar a robar para escapar de ese lapso rutinario y emprender un disparatado viaje a Acapulco como si de una búsqueda se tratara. Con guión de José Agustín, Albertine Sarrazín y el propio Cortés, Amor a la vuelta de la esquina fue todo un suceso fílmico en nuestro país (la película tuvo varias nominaciones al premio Ariel, llevándose el de Ópera Prima y Mejor Actriz a Roel), debido a la sensibilidad que transmitía, a esa suave y dulce poesía erótica que fue el ver a su protagonista desnuda y ausente, metáfora de un paraíso compactado en su anatomía mesurada y sutil (ya no era la sexual, voluptuosa e inquietante belleza de Isela Vega, Sasha Montenegro o Angélica Chaín; sino más bien una femineidad a lo Meche Carreño o Alma Muriel), en espera del macho que le cimbró el corazón. La crítica reconoció a Cortés como a alguien que apostaba por un cine diferente, en medio de una cinematografía llena de ficheras y narcos (propuestas valiosas también, por su condición de auténticas); reconoció al autor de un cine desinhibido; de ritmo lento y contemplativo; de sutileza y teatralidad narrativas; de imágenes esencialmente poéticas, más allegado a los estilos europeos que a los mexicanos, éstos últimos mucho más fuertes y directos, pero no menos geniales (como sus contemporáneos Cazals, Ripstein o Hermosillo, todos en esa su vieja etapa).
Con Ciudad de ciegos (un título enigmático), Cortés llamó de nuevo la atención. Seis años habían transcurrido de su ópera prima y el cineasta retornaba con un filme orquestal (muy a lo Robert Altman), con muchos personajes y una diversidad de situaciones que giraban en torno a la convivencia erótica, sexual y amorosa, a través de distintas épocas, en un departamento perdido en un edificio de la Ciudad de México. Otra vez aquí, el tema principal era la mujer, burlada, enamorada, herida, ilusionada, abusada, seducida. Como si de un homenaje se tratara, Cortés regresó a su musa como el resumen erótico de su película (la primera secuencia del filme era Socorro, Roel aún más bella, caminando provocativamente, metida en un traje sastre que le ceñía maravillosamente el cuerpo, que bajo la tela vestía liguero y medias de seda, en una innegable referencia a una famosa foto de los años cuarenta, donde una mujer con cintura de avispa fue capturada por un fotógrafo del cual no recuerdo su nombre). Así iniciaba esta interesante reflexión (que en momentos peca de pretenciosa, sobre todo hacia el final, en aquel caótico videoclip musical protagonizado por algunas rockstar mexicanas de aquellos días, como Caifanes o Santa Sabina) sobre la mujer enfrentada al sexo y al amor; irónico desglose de vidas mediante las impecables y reconocibles elipsis espaciotemporales, sin cortes, de Guillermo Navarro (musicalmente acompañadas por José Elorza, quien recibió su nominación al Ariel) recurso que ya habíamos visto en Amor a la vuelta…, cuya cámara se desplaza coreográficamente a través de las paredes de este complejo departamental, que a media película recibe simbólicamente el embate de aquel sismo que minó a gran parte de la población de la ciudad, como conclusión a una de las historias más interesantes del filme, aquella en que la excelente Elpidia Carrillo maquillaba como “mujercita” a su esclavo amante, Enrique Rocha, en un perverso ritual pre “cachondo”, para posteriormente mirar a cámara con el rostro lleno de dolor y con música de fondo, “Aquí me quedo, aquí nací y aquí me muero, aquí nació mi sueño, aquí nacieron, el agua del arroyo y tú…” El filme, complejo en su narrativa, se desarrollaba entonces como un retablo o mosaico de historias protagonizadas por corazones femeninos, enamorados y muy erotizados; pero finalmente solitarios, como sus cuerpos desnudos frente al espejo, frente a la ventana, en la tina de baño, sobre la hamaca, la cama o cualquier rincón. Lo importante aquí era esa especie de reflexivo y duro homenaje a las féminas en distintas circunstancias de su intimidad.
Entre telenovelas y cortometrajes, Alberto Cortés viajó a Guantánamo, Cuba para realizar Violeta en el año de 1997, desgraciadamente no he podido localizar esta película por ningún lado, y me consuelo pensando en que debe de ser éste un trabajo interesante; sin traiciones, por su título evidentemente de sexo femenino; esperanzado en que Cortés continúe con su admirable estilo (a quien Reygadas debe algo, sólo que con señores como protagonistas), que lo siento un poco desperdiciado en las teleseries. Pero el trabajo es trabajo.

Algo de sus realizacxiones
Cortos documentales: 20 de marzo (’76); La marcha (’77); La institución del silencio (’77); Imágenes de Nicaragua (’89); entre otros.
Largometrajes: Amor a la vuelta de la esquina (’85); Ciudad de ciegos (’91); Violeta (’97)Telenovelas: Atrévete a olvidarme; Ramona (compartiendo créditos con Nicolás Echevarría); Morir dos veces; El día que me quieras; entre otras

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