jueves, 1 de noviembre de 2007

La Santa Muerte, de Paco del Toro

Publicación del Texto el 31 de octubre de 2007, en la Sección de Cultura del periódico El Imparcial

Primera Toma presenta:



Por Socorro González


Se acerca el día de muertos, y con ello las congregaciones de familias, como si de una fiesta se tratara, en todos los cementerios. Las flores, los dulces, las frutas, el licor y alguno que otro detalle para los que ya no están físicamente con nosotros; en una tradición de muchísimos años en nuestro país. Largas filas de coches en los panteones; gente caminando en procesión parlanchina rumbo a las tumbas de aquellos seres queridos que se adelantaron a los demás, por distintas circunstancias de la vida, gente avanzando hacia el recuerdo y la nostalgia simbolizada en una tumba que muchas veces nos deja boquiabiertos por su soberbia belleza ---algunas son una verdaderas obras de arte— y con otras tantas nos invade el silencio de la simple tierra como última morada. Por otro lado están los tradicionales altares de muertos; la oportunidad individual y colectiva de establecer una comunicación simbólica con el más allá, donde habita aquel ser al que se añora. En el fondo, el altar puede apreciarse como una muestra de respeto hacia la muerte, que ha arrancado de nuestro lado a alguien; la sensación final de todo esto es una especie de satisfacción y conformismo de que las cosas están bien, que fue lo mejor, que la vida así lo quiso. En realidad no hay cabida a la inconformidad, puesto que tal sentimiento no va a regresarnos a nadie. La muerte no devuelve a nadie; su idea así es y así será siempre. Es aquí donde surgen las reflexiones en torno a este acto final, a este hecho definitivo, y la gente se pregunta siempre “¿por qué?” ¿Qué es la muerte? ¿Un hecho, un instante? ¿Un ente divino? ¿Un ente maligno y siniestro? Y su representación más recurrente como un esqueleto vestido de negro con una guadaña resulta tan macabro como un jardín de rosas amarillas. Dentro de un sinnúmero de reflexiones existenciales, filosóficas, cotidianas, las que corresponden al arte son las más ricas y variadas; la muerte se constituye como uno de los temas universales que refiriera el escritor argentino Jorge Luis Borges al lado de la vida y el amor. Los seres humanos siempre estamos dándole vuelta a lo mismo, lo interesante y valioso viene a ser entonces el cómo damos esa vuelta; en cuántas vueltas la convirtamos, en qué duración y tratamiento le demos a estos tres elementos que nos definen a todos los hombres y mujeres. El cine, por su parte, ha dado muchas, pero muchísimas obras donde la muerte es vista como un elemento fundamental. A través de los géneros, el cine ha hecho con esta idea lo que le ha dado la gana. Pero atendiendo directamente esta temática del día de muertos me viene a la mente Macario (México, 1960), aquella película de Roberto Gavaldón, protagonizada por Ignacio López Tarso. Macario era el personaje que recurría desesperado a Dios, al Diablo, y a la Muerte, buscado una solución para su hija más pequeña que se encontraba gravemente enferma. Tal protagonista en dicha búsqueda debía de librar ciertas pruebas impuestas por estos tres personajes a cambio de la sanación de su hija. Finalmente, debía de entregar su vida a la Muerte, interpretada por Enrique Lucero, en aquel final de cierto aire poético (fotografiado por el siempre perfecto Gabriel Figueroa) donde el protagonista llegaba a una especie de cueva plagada de velas encendidas como metáfora de la vida de cada uno de los seres de este mundo --- escena que “baquetonamente” Juan Gabriel se plagiaría para su video clip de Querida a principios de los 80’s---. Calacán (México, 1985), sería otra cinta donde aun se evidenciaba más ---de hecho la película trata sobre la lucha entre el bien y el mal, representados por las tradiciones mexicanas y las nuevas ideologías extranjeras en este día de celebración---. De factura independiente, este experimental y raro filme, dirigido por Luis Kelly y fotografiado por Fernando Fuentes, se puede apreciar como la viñeta de un pueblo en vísperas de tal celebración; como un desplegado de todo el imaginario folklórico con el que los mexicanos rendimos tributo a la Muerte a través de los familiares ya idos.
Muy cercana a esta fecha nos llegó La Santa Muerte (México, 2007), de Paco del Toro, que si bien no tiene nada que ver con tales festividades novembrinas, sí recuerda un poco a estas dos cintas de antaño, sobre todo a Macario y al episodio de Fe (Alberto Bojórquez) -otra reflexión sobre el dolor y la muerte muy a la mexicana- perteneciente a la excelente trilogía Fe, Esperanza y Caridad (México, 1974), en su anécdota y motivos. Pese a no ser una cinta muy afortunada en cuestiones cinematográficas, La Santa Muerte tiene ciertos aspectos interesantes de qué hablar y uno de ellos viene a ser lo que al principio del metraje se aprecia como una reflexión crítica en torno al fanatismo religioso tan propio de los mexicanos. Esa necesidad de tener a alguien o algo en quién confiar ciegamente para la solución de los problemas más pesados. Esta es la historia de tres momentos en la vida de ocho personajes desconocidos entre sí, vinculados por su fe ciega en este protagonista siniestro y milagroso, pero vengativo si desobedeces sus condiciones de ayuda. La Santa Muerte o La Niña Blanca (personaje extraído, según fuentes populares, del imaginario perteneciente al crimen y al narco; más directamente venerada por la comunidad o grupo de los Mabari, en Sinaloa), es para estos personajes angustiados el sustituto de un Dios que a veces no escucha pese a las numerosas invocaciones y plegarias; por tal razón este ente se constituye como su enemigo directo ya que trabaja directamente del lado del Maligno, del Demonio. Ignorando las consecuencias trágicas, dichos personajes acudirán a ella en su desesperación por distintos motivos, principalmente de salud y desamor. Planteado esto, del Toro desarrollará un relato que desafortunadamente se debate entre el thriller y el melodrama sentimentaloide y telenovelero, pretendiendo por momentos coquetear con el género del horror, fallando el intento debido a una saturación musical que obvia los posibles momentos de tensión; donde se antojaba una atmósfera macabra y angustiante, todo se reduce a primeros planos de la calaca en su altar con sintetizador in cressendo de fondo, que no genera una sensación que no sea la de reírte al ver lo milagrosa, rápida e inverosímil que es para arreglar las situaciones. Del Toro ---a quien no le interesa mucho profundizar en el origen e historia de “La Niña Blanca”--- de buenas a primeras convierte su relato en un solo momento de histeria y llantos, hasta concluir en la convicción de que la “muertita” no es la solución; sino la única respuesta es Dios, que todo lo sabe y quien estratégicamente va colocando pruebas de fe a los humanos. La cinta resuelve casi a la mitad la historia de Gustavo (Julio Casado), el looser enamorado, quien muere estúpidamente al tratar de consumar su venganza sin su amuleto. La historia de la comadre “buscona” Raquel (Amaranta Ruiz), que le “pone” con su compadre Mauricio (Ramiro Huerta), es a la que menos tiempo se le dedica en el filme y a fin de cuentas es la que mejor resolución tiene, en el que quizá sea el único detalle de ironía en todo el filme: los compadres agasajándose lujuriosamente frente al hijo de ella. Queda así la trama que da inicio al filme, la de Rubí (Karla Álvarez) y Pablo (Harry Geithner), de la cual esperaba la mejor tragedia; se redime gracias a la recuperación de la fe en Dios, quien como cansado de su juego, se compadece de los personajes y les alivia a la hijita infestada de cáncer, en un milagro tan inverosímil de lo milagroso que es.

La Santa Muerte (México, 2007). Director, Productor: Paco del Toro//Guión: Verónica Maldonado y Paco del Toro//Fotografía: Alberto Lee//Edición: Juan Luis Maldonado//Música Original: Omar Guzmán//Actores principales: Karla Álvarez, Harry Geithner, Julio Casado, Ramiro Huerta, Amaranta Ruiz//

*Socorro González es Coordinador del Cine Club Primera Toma A.C. desde 1996. primeratoma@hotmail.com

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